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Técnica y tecnología: ¿Son lo mismo o son diferentes?

Actualizado: 30 abr 2023

Escrito por Roberto Sánchez


En general, la distinción entre estos conceptos no es clara. Incluso se los toma como sinónimos. Este mal entendido conceptual trae profundas implicaciones, en especial porque la sociedad contemporánea está mediada por la tecnología. Siguiendo a Vieira (2008), el término «tecnología» se usa de cuatro formas diferentes. «Tecnología» como estudio o discusión de la técnica, es decir, el «logos de la técnica». En segundo lugar, «Tecnología» identificando a tecnología y técnica. En tercer lugar, «tecnología» como conjunto de técnicas que dispone una sociedad en un espacio y tiempo específicos. Y, por último, tecnología como la ideología de la técnica. Cada referencia pone en juego la distinción conceptual entre tecnología y técnica. Pero lo que parecería coincidir es que la tecnología supone la técnica. ¿Es suficiente para diferenciar la técnica y tecnología?


Con el fin de desanudar este nudo gordiano, en primer lugar, haré una caracterización de la técnica y a continuación, haré una reconstrucción del desarrollo histórico de la técnica hasta que, en la Modernidad, desembocó en la tecnología. Por último, se caracterizará la relación de la tecnología con la ciencia.


Si partimos del supuesto que la técnica es inherente al estatuto ontológico del ser humano, Ortega y Gasset, diría que el hombre está sumergido en medio de sus necesidades, pero debido a su particular ontología puede aplazarlas. Es decir, las personas frente a sus circunstancias son capaces de inventar y actuar y, al momento que actúa, modifica la naturaleza. Con este acto poiético, el ser humano hace aparecer en el mundo aquello que no hay. La poiesis se revela entonces como acto técnico. La técnica, por lo tanto, son los actos que llevan al hombre a formar una nueva naturaleza que le sirve de cobija para enfrentarse a la naturaleza primera. Y si la técnica constituye un nódulo central en la estructura ontológica del ser humano, no hay hombre sin técnica.


Entonces, la estructura ontológica hace del ser humano un «centauro» que pulula entre dos estadios: pertenece a la naturaleza, pero no está en conformidad con ella. Su deseo de bienestar, existencia y proyecto de vida están arrojados en y contra la naturaleza, por lo que forma parte de dos mundos: uno interior o «extranatural» y otro exterior o «natural». Mundos que están en constante conflicto. Para armonizarlos, el hombre impone el primero al segundo. Ortega defina la técnica como «la reacción enérgica contra la naturaleza o circunstancia que lleva a crear entre ésta y el hombre una nueva naturaleza puesta sobre aquélla, una sobrenaturaleza» (Ortega y Gasset, 1964). El objetivo de construir tal sobrenaturaleza es darse bienestar. La técnica, pues, adapta la naturaleza a la voluntad del hombre y, por ende, es un ser que debe fabricarse continuamente, una obra siempre en proceso.


La técnica es parte esencial de las personas y como tal, de su naturaleza que está sujeta al desarrollo histórico. Las circunstancias son diferentes en cada tiempo y espacio. Un estudio de la historia de la técnica es una forma de aproximación a aquello que define el espíritu de cada sociedad. Es decir, el acto técnico es diferente en la antigua Grecia y en la Edad Media. Por lo tanto, es válido preguntar: ¿Qué tipo de técnica se desarrolla en la época moderna?


El acto técnico en la Modernidad ubicó a las cosas como objetos al servicio de un sujeto. Esto queda patente al momento que la Modernidad, como proyecto sociocultural, rompió con el antiguo edificio metafísico de la Edad Media. Se propone así una ontología dualista/mecanicista que tiene a la razón y no a la fe, como el mejor modo de conocimiento. Ya no es el objeto el que prima sobre el sujeto; al contrario, el sujeto se coloca al centro del conocimiento. Sousa (1998) ilustra esta intención con lo que él llama el «pilar de la emancipación» y el «pilar de la regulación», que exponen el ideal de autonomía y de confianza absoluta en la razón. Con estos presupuestos, la Modernidad propone un progreso sin límites que tiene al progreso científico como punta de lanza.


La técnica moderna, siguiendo a Heidegger, se desvela como «un provocar que pone a la naturaleza en la exigencia de liberar sus energías, que en cuanto tales pueden ser explotadas y provocadas» (Heidegger, 2003). Esta exigencia diferencia la técnica de la tecnología y podemos advertirlo al recorrer históricamente el paso de la técnica a la tecnología. Tal tránsito fue propiciado en el siglo XVI con la nueva concepción del conocimiento que unió verdad y utilidad. La perspectiva de Bacon, compartida después por Descartes y Galileo, enfatizó que conocer es experimentar e intervenir en la Naturaleza. El objetivo de la ciencia se vinculó directamente con la dominación de la Naturaleza. Esta visión fue posible gracias a que se reconoció la importancia de la técnica para el conocimiento directo y objetivo de la Naturaleza. Además, se valoró positivamente los procedimientos e instrumentos de los artesanos. Ejemplos de artefactos que tuvieron y tienen gran utilidad para la ciencia son la brújula, el reloj mecánico, la imprenta, la pólvora. Estos instrumentos técnicos cambiaron la forma de observar la Naturaleza. La observación/contemplación se transformó en observación instrumental. Así pues, en la Modernidad, conocer se entendió como intervenir, operar y experimentar en la Naturaleza con el fin de dominarla.


El gesto es paradigmático: cuando Galileo aceptó datos empíricos obtenidos por la mediación del telescopio, reemplazó la contemplación por la observación instrumental. Y en ese preciso punto, apareció la investigación científica y la metodología experimental (Quintanilla, 2012). Pero la «fe» ciega en el concepto de «progreso infinito» de la Modernidad no permitió ver sus contradicciones. El uso de la razón medios-fines transfiguró el ideal ilustrado del máximo bienestar común hasta el punto en que se entendió «progreso» relacionado al bienestar económico y al crecimiento económico. El hombre moderno se definió como un ser racional cuya confianza absoluta en el método científico le permitía dominar la Naturaleza a través de la tecnología.


Desde esta primera aproximación, se entiende por tecnología al conjunto de conocimientos, con base en la ciencia, que permite describir, explicar, diseñar y aplicar recursos técnicos a problemas prácticos de manera sistemática y racional (Quintanilla, 2012). Por técnica, en cambio, se entiende al conjunto de conocimientos y habilidades cuya utilidad es resolver problemas prácticos. En la transvaloración de la relación entre técnica y ciencia se halla el carácter determinante de la tecnología, por lo que esta es inseparable de la ciencia. Es decir, la tecnología supone una relación de subordinación respecto de la ciencia. La tecnología, como el nuevo logos de la técnica, logra una mayor eficiencia al primero desarrollarse la ciencia. En otras palabras, si tecnología es un modo de técnica, aquella se diferencia por la complejidad de sus procedimientos, conocimientos y resultados.


La definición de tecnología propuesta supone al menos dos ideas básicas: primero, la dependencia de la tecnología de otros conocimientos, específicamente, de conocimientos científicos. En segundo lugar, la utilidad de la tecnología expresada en el carácter material de sus productos. La primera idea, a su vez, implica que las teorías científicas son previas a cualquier tecnología. De ahí que es factible afirmar la neutralidad valorativa de la tecnología, pues esta es la aplicación útil de teorías científicas. Sin embargo, ¿la tecnología es valorativamente neutra?; y, por otra parte, ¿qué consecuencias tiene adoptar tal visión? A raíz de esta problemática, se apuntalan dos visiones de la tecnología: determinismo tecnológico y tecnocracia. El primero señala la amenaza de la autonomía de la tecnología; la segunda respalda la ausencia de control y, por consiguiente, destaca las bondades de la tecnología para resolver problemas prácticos (García, et al., 2001, pp. 39-41).


Por todo lo anterior, se puede afirmar que la ciencia y la tecnología constituyen puntos de acceso privilegiados para la comprensión de la sociedad de hoy en día. Debido al extenso campo que constituye lo científico y lo tecnológico y sus respectivas relaciones, se debe optar por una dirección. La delimitación conceptual de la técnica y la tecnología propone, por un lado, a la tecnología como objeto de conocimiento que requiere una reflexión epistemológica. Es decir, la tecnología es el modo actual mediante el cual el hombre se relaciona con la naturaleza y con los otros. En efecto, la tecnología es un objeto que exige un esclarecimiento teórico. Solo así se puede descubrir bajó qué supuestos y criterios se considera a la tecnología dentro de determinada sociedad, cómo esta incide en la resolución de problemas prácticos y cómo influye en la existencia del hombre. Además, con una clara delimitación conceptual se desvela la ideología implicada en la tecnología.


Una consciencia crítica, en consecuencia, debe considerar los procesos históricos y poner de manifiesto las fuerzas que modelan el entorno, siendo la tecnología uno de los puntos centrales. Ahí radica la dificultad del concepto de tecnología, pues se inserta como esencia específica del hombre, un modo de actuar y de relacionarse entre iguales y con la Naturaleza. La tecnología también descubre qué tipo de objetivos impulsan a la sociedad, a la vez que supone un modo de conocer y, en última instancia, de ser. Caer en delimitaciones ingenuas como la tecnocracia o en el determinismo es caer en los extremos. El estudio de la tecnología. Por lo tanto, primero se debe comprender el espíritu de la época. Segundo, tener en cuenta al individuo y sus relaciones en la sociedad y con la Naturaleza. Por último, entender los presupuestos sobre los cuales se levanta el edificio del conocimiento.


La consciencia crítica debe tratar los presupuestos de la ciencia. Si la relación entre tecnología y ciencia es tan fuerte como se ha propuesto y si la tecnología es producto de una ciencia aplicada o básica, entonces una forma complementaria de estudiar lo social es mediante los productos de la ciencia: tanto las teorías científicas como la tecnología. La evaluación de teorías, lo supuestos epistemológicos, la comunidad científica y las instituciones que avalan la ciencia se convierten en fértiles campos de estudio. Un adecuado estudio de lo tecnológico debe pasar por un correcto estudio de lo científico. A partir de estas premisas, se observa la importancia de los estudios metacientíficos. La disciplina que debe abordar tales estudios es la filosofía de la ciencia, pues pone en juego a la evaluación de los modelos teóricos y delimita los objetos que pertenecen al conocimiento científico y la respectiva interpretación dentro de las teorías científicas.


La conjunción de ciencia y tecnología configuran nuestro entorno. Definir, esclarecer, delimitar y criticar estos conceptos se convierten en primordial, pues al entender cómo están estructurados y cuáles son sus límites, se pueden abordar las diferentes problemáticas, sean en lo político, lo social o lo económico.


Fuentes conultadas:

Aibar, E., & Quintanilla, M. Á. (2012). Ciencia, tecnología y sociedad. Madrid: Trotta.

García, E., Gonzáles, J., López, J., Luján, J., Gordillo , M., Osorio, C., & Valdés, C. (2001). Ciencia, Tecnología y Sociedad: una aproximación conceptual. Madrid: Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Heidegger, M. (2003). Filosofía, Ciencia y Técnica. Santiago de Chile: Editorial Universitaria

Ortega y Gasset, J. (1964). Obras Completas (Vol. V). Madrid: Revista de Occidente

Sousa Santos, B. (1998). De la mano de Alicia. Bogotá: Uniandes.

Vieira, A. (2008). O conceito de tecnologia. Río de Janeiro: Contraponto.

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